El mapa de la serotonina

El mapa de la serotonina

Introducción

Este artículo nace del recorrido de los últimos años, post-pandémicos, por distintas instituciones educativas en las que he tenido la oportunidad de intervenir. En muchos de estos espacios, he observado con preocupación cómo la convivencia escolar, en el más amplio sentido, se ha visto afectada por dinámicas cada vez más reactivas, fragmentadas y, en algunos casos, directamente violentas.

No se trata de hechos aislados, sino de una sintomatología extendida: vínculos frágiles, maltrato naturalizado, relaciones marcadas por la desconfianza, la competencia, la violencia verbal y física y la consecuente necesidad de protegerse del otro. Y todo eso naturalizado. Este escenario me llevó a buscar un marco que ayudara a comprender mejor qué está en juego y, sobre todo, cómo podemos intervenir para transformar a la interna de las instituciones estas lógicas tan dañinas.

Así surge la propuesta de pensar el tránsito desde un entorno-territorio dominado por la dopamina –donde reina la excitación, la inmediatez y la búsqueda de estímulos externos– hacia un “mapa de la serotonina”, basado en el vínculo, la calma y la pertenencia. Esta metáfora, que articula elementos neuroquímicos, sociales y pedagógicos, ofrece un modo posible de reconfigurar la convivencia escolar en tiempos de fragilidad vincular.

Un paisaje de síntomas en las escuelas

En las instituciones educativas actuales, ciertos síntomas se vuelven cada vez más frecuentes: el maltrato, el bullying, el destrato, la exclusión  y la beligerancia entre estudiantes. Por momentos, lo que se observa es un trato despiadado, poco empático y reactivo. Estas señales no son casuales: son indicadores de un clima donde predomina lo inmediato, lo visible y lo impulsivo. En otras palabras, un entorno donde reina la excitación, la «diversión» y la dopamina.

Pero esta realidad no se gesta solamente en el interior de las instituciones. Llega también desde fuera: muchos adolescentes arrastran historias de vínculos frágiles, escasa regulación emocional, un lenguaje empobrecido, entornos familiares saturados o fragmentados, y contextos de vida atravesados por múltiples vulnerabilidades. Las casas se han vuelto espacios de supervivencia más que de contención y formación, y las escuelas, muchas veces, heredan ese malestar sin las herramientas para desarticularlo.

A esto se suma el impacto de la violencia que circula y se amplifica en redes sociales. En estos espacios digitales –tan presentes en la vida adolescente– los intercambios están cargados de sarcasmo, escarnio, comparación constante, y una sobreexposición que puede resultar humillante o invasiva. La edad de inicio del consumo pornográfico en Uruguay ha bajado de 17 a 12,4 años. Esta exposición temprana, sumada a la falta de acompañamiento adulto, genera modelos de sexualidad deshumanizados, donde la gratificación inmediata desplaza la intimidad o la reflexión. Prácticas como el sexting, por ejemplo, se han vuelto comunes: un 30% de los adolescentes uruguayos envió contenido sexual el último año, y un 26% tuvo encuentros con personas que solo conocía virtualmente. Las consecuencias emocionales son profundas, especialmente para las mujeres, que enfrentan mayores tasas de ciberacoso (23% frente a 12% en varones) y malestar subjetivo por exposición no consentida.

Todo esto genera una tensión creciente en los climas escolares: la escuela se convierte en el escenario donde se escenifican conflictos nacidos afuera, pero vividos y sufridos adentro.

Dopamina vs. serotonina: dos modelos de funcionamiento

Desde la neuroquímica sabemos que la dopamina impulsa la búsqueda de estímulos rápidos, recompensas inmediatas y placer instantáneo. En cambio, la serotonina está vinculada con la estabilidad emocional, el bienestar sostenido y la construcción de vínculos duraderos.

Aplicado al contexto escolar, el modelo dopaminérgico se traduce en interacciones fugaces, competitividad, reactividad, ansiedad, validación constante y poca capacidad para la reflexión. Es el modelo de las redes sociales y la hiperconectividad. La serotonina, en cambio, invita a la construcción de vínculos, al pensamiento cooperativo y a la calma.

Si a esto le sumamos la pérdida del juego libre –como señala Jonathan Haidt–, y el aumento drástico de diagnósticos de ansiedad (+134%) y depresión (+106%) en adolescentes en la última década, entendemos que no estamos ante un problema de «conducta escolar», sino de cultura emocional que está desbordando a nuestras familias e instituciones.

Del modo supervivencia al modo convivencia

Uno de los cambios más profundos que implica este giro institucional es el pasaje de una lógica de supervivencia a una cultura de convivencia. En un entorno dopaminérgico, los vínculos muchas veces se organizan desde el miedo, la competencia y la necesidad de marcar territorio y pertenencia. La escuela se vuelve un espacio no para aprender, sino donde simplemente se sobrevive.

Pasar al mapa de la serotonina es también salir del modo defensa para entrar en el modo cuidado. Supone diseñar experiencias donde lo colectivo no sea una amenaza, sino una oportunidad. Donde la pertenencia no sea una frontera que excluye, sino una red que contiene. Este tránsito es el corazón del cambio cultural.

Estímulos supranormales: la trampa de lo exagerado

El concepto de «estímulo supranormal», acuñado por Tinbergen y Lorenz, puede ayudarnos a entender por qué los adolescentes (y los adultos) somos tan vulnerables a ciertos entornos digitales. Redes sociales, videojuegos, pornografía, influencers y deepfakes funcionan como versiones exageradas de lo que instintivamente buscamos: reconocimiento, belleza, deseo, pertenencia. Son «algodones de azúcar» visuales, emocionales o sexuales que hiper-estimulan el cerebro y debilitan nuestras capacidades de autorregulación.

Las tecnologías pueden ser un objeto transicional positivo si ayudan a la autorregulación; pero también pueden volverse mecanismos defensivos y perversos si reemplazan el vínculo humano.

Círculos de pertenencia: del «ellos y nosotros» al «nosotros»

Un componente esencial en este proceso es la transformación de las dinámicas identitarias internas. Muchas veces, en las escuelas, se reproduce la lógica del «ellos y nosotros» que viene del afuera. Esto sucede incluso dentro del propio alumnado: entre grupos, entre generaciones o entre quienes se alinean con diferentes códigos de pertenencia.

El mapa de la serotonina exige romper esa división y construir un «nosotros» más cohesionado. Para eso, es clave diseñar círculos de pertenencia que incluyan, escuchen y legitimen a todos los actores. Donde los estudiantes quieran estar, pero también donde los profesores quieran trabajar. Donde los estudiantes quieran aprender, pero también donde los profesores quieran y puedan enseñar. Espacios donde se experimente la inclusión, la co-construcción del sentido y la confianza mutua. Espacios de pertenencia, seguros.

¿Cómo lo hacemos?

Pasar del territorio de la dopamina al mapa de la serotonina no se resuelve con una ni dos intervenciones puntuales, sino con una reconfiguración intencional de prácticas cotidianas. Algunas claves en ese sentido:

  • Dejar fuera el afuera. Blindar.
  • Modelar: el adulto debe ser modelo a seguir, promoviendo la escucha y la empatía.
  • Reducir la reactividad y aumentar los espacios de escucha.
  • Disminuir la competencia individual y promover dinámicas grupales que construyan confianza y cooperación.
  • Crear momentos de calma y desconexión, donde el ritmo pueda disminuir y el vínculo pueda profundizarse.
  • Sustituir actividades basadas en el rendimiento individual por otras que refuercen el sentido de pertenencia.
  • Dejar fuera las redes sociales.
  • Construir un nosotros interno a la institución que brinde garantías, confort y bienestar.

Conclusión: hacia una cultura del vínculo

En definitiva, no se trata simplemente de controlar el mal comportamiento, los síntomas de la cotidianeidad, sino de cambiar el enfoque institucional. Lo que está en juego es la convivencia como forma de cultura: una que se apoye menos en la gratificación, la supervivencia y sus lógicas de ataque y fuga, el castigo y la norma, y más en la conexión, la calma y la pertenencia.

Cuando una escuela opera desde el mapa de la serotonina, el bienestar no es un objetivo final, sino una práctica cotidiana que se cultiva en cada vínculo. Y en ese terreno, el aprendizaje –como la convivencia– encuentra un suelo mucho más fértil para florecer.

 

 

512 512 Roberto Balaguer
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